
Carlos Leva
Hace algunas semanas, mientras estaba en uno de los locales del primer piso del elegante edificio de Alonso de Córdoba 3788, en Vitacura, fui testigo de un episodio que quedó grabado en mi mente. Un grupo de comunidades mapuches del sur llegó al lugar, lo que provocó una reacción inmediata y nerviosa entre el personal y los arrendatarios del edificio. Las personas que allí estaban, visiblemente preocupadas, parecían percibir a estos visitantes como una amenaza. Sin embargo, un momento de reflexión, me mostró la profundidad de los prejuicios que están arraigados en nuestra sociedad y cómo estos distorsionan la realidad.
Los representantes mapuches que llegaron no estaban allí por casualidad. Venían, según comentaron, a exigir su derecho «ante los obstáculos impuestos por Rabobank en la venta de tierras de la empresa agrícola Chilterra», un proceso «entorpecido por intereses financieros y judiciales que, al parecer, solo buscan evitar que estas tierras vuelvan a manos de sus legítimos dueños».
Lo curioso es que este grupo llegó a un edificio cuyos propietarios y arrendatarios no son ajenos a las sombras del poder y las finanzas en Chile, y que se ha puesto de moda gracias al denominado «Caso Audio».
El edificio en cuestión, propiedad originalmente del Grupo Patio de la familia Jalaff, no es simplemente un lugar de lujo. Los arrendatarios conocidos hasta la fecha incluyen nombres que, a lo largo del tiempo, han aparecido en la prensa por situaciones que no son precisamente motivo de orgullo, ni para ellos ni para sus familias: Luis Hermosilla, Andrés Chadwick, Rabobank, y Darío Calderón, a quien muchos recuerdan como «el Conde Negro», sobrenombre que le puso Eduardo Bonvallet. También pasó por las oficinas del piso 3 el ex senador Felipe Harboe, que ocupó las dependencias prestadas por Calderón durante un corto período.
Algunos de ellos y otros han sido mencionados por razones que no necesariamente querrían ver en primera plana, y que no les reportarían precisamente el aplauso de sus padres. Esto plantea una duda razonable: ¿es simple casualidad que estos actores se reúnan en un mismo edificio?
Sería curioso que el fiscal a cargo de la investigación del caso de los audios de Luis Hermosilla solicitara el libro de visitas de este edificio. Quizá descubriría que algunos de los personajes que figuran en los titulares podrían estar más vinculados de lo que se cree. Y, en una de esas, encontrando estos nexos ocultos, sin pretender estigmatizar a los habitantes ni a los visitantes honestos del lugar, sorprenderíamos a varios candidatos a hospedarse en Capitán Yáber, ocupando las pocas camas que quedan disponibles.
Además, habría que investigar si este lugar y sus antiguos arrendatarios formaron parte de una trama más amplia. ¿Eran los el montos que pagaban por arriendo acorde a los valores de mercado? Esto, ante la duda planteada en algunos medios sobre la utilización de este esquema para otros fines. Analizar los cánones de arriendo podría iluminar sobre si estos pagos son destinados para sostener una red de influencias o financiamiento opaco.
Podríamos estar ante dos escenarios. El primero: los arrendatarios podrían estar pagando menos de lo debido, solo una parte en efectivo, con el resto compensado por favores o acuerdos, lo que facilita una red de influencias. El segundo: los arriendos podrían estar inflados deliberadamente, permitiendo que el exceso contribuya a nutrir esa misma red, moviendo dinero hacia objetivos más oscuros. Ciertamente, esta es una mera especulación, pero como están las cosas, nada debe sorprendernos.
Estas interrogantes merecen una investigación a fondo. Si se examinaran los flujos financieros del edificio y el destino del dinero, se podrían descubrir las conexiones entre las redes de poder y corrupción que han sacudido al país. ¿Es casualidad o existe algo más detrás de la coincidencia de estos arrendatarios en un mismo espacio? Mientras tanto, las comunidades mapuches continúan su lucha por justicia, sin saber que tal vez han tocado la puerta de un lugar mucho más intrincado de lo que parece.
La lección es clara: los verdaderos peligros no están en los pueblos originarios que luchan por lo suyo, sino en las redes de corrupción e influencias que operan cómodamente en las alturas del poder financiero. Debemos aprender a mirar más allá de los estereotipos y entender que el verdadero problema puede estar más cerca de lo que creemos, entre aquellos que silenciosamente se benefician de un sistema que sigue moviendo hilos en las sombras.