
Por José Santelices
En el mundo de los negocios, el mercado es visto comúnmente como una especie de árbitro imparcial que dicta el éxito o fracaso de los actores que participan en él. Sin embargo, este ideal solo se alcanza cuando todos juegan bajo las mismas reglas. Respetar las normas del mercado no solo es una cuestión de justicia, sino que es fundamental para garantizar que la competencia sea genuina, transparente y, sobre todo, beneficiosa para la sociedad en su conjunto.
Las distorsiones y sus consecuencias
Cuando se habla de distorsiones de mercado, nos referimos a prácticas que alteran el equilibrio natural de la oferta y la demanda. Estas distorsiones pueden venir en diversas formas: monopolios, oligopolios, colusión, subsidios indebidos, proteccionismo, e incluso la corrupción. Lo que todas estas tienen en común es que erosionan el principio básico de la competencia justa, donde las empresas compiten en igualdad de condiciones, beneficiando tanto a los consumidores como a la economía en general.
Una de las distorsiones más comunes es el monopolio, donde una empresa controla tal proporción del mercado que puede imponer precios a su conveniencia, sin tener en cuenta las fuerzas del mercado. Esto no solo afecta a los competidores, que se ven incapaces de prosperar, sino también a los consumidores, que terminan pagando precios más altos por productos o servicios de menor calidad.
En la misma línea, la colusión entre empresas, para manipular precios o para repartirse espacios del mercado, es otra distorsión que va en contra del espíritu competitivo.
Las empresas que se coluden establecen una especie de «pacto de caballeros» donde, en lugar de competir por ofrecer mejores productos o servicios, acuerdan mantener ciertos precios o espacio territoriales, afectando directamente al consumidor final y a las empresas que intentan innovar.
Otra distorsión que merece atención es el intervencionismo estatal excesivo, que a veces se manifiesta en forma de subsidios o barreras de entrada que favorecen a ciertas industrias sobre otras. Si bien el apoyo del Estado puede ser necesario en momentos de crisis, cuando se prolonga o se focaliza en sectores ya favorecidos, se crea un desbalance en el mercado, generando una competencia desigual y distorsionando los incentivos para la innovación y la eficiencia.
La competencia sana como motor de desarrollo
La competencia es el motor que impulsa a las empresas a ser más eficientes, a innovar y a buscar constantemente formas de mejorar sus productos y servicios. Pero para que la competencia sea efectiva, necesita de reglas claras y un sistema de vigilancia que garantice que todos las respeten.
Cuando las distorsiones se hacen presentes, se reduce la eficiencia del mercado, disminuyen las oportunidades para las nuevas empresas, y se perjudica a los consumidores.
Es esencial que las autoridades, los organismos reguladores y los propios actores del mercado trabajen en conjunto para erradicar estas prácticas distorsionantes. De lo contrario, corremos el riesgo de fomentar un ambiente de negocios donde los más poderosos prevalecen no por mérito, sino por su capacidad de eludir las reglas o manipular el sistema a su favor.
Respetar las reglas del mercado no es solo una cuestión de ética, sino también de supervivencia económica. Los mercados distorsionados, donde prevalecen las prácticas desleales y la corrupción, terminan perjudicando a todos, especialmente a los consumidores y a las empresas más pequeñas. En un entorno globalizado como el actual, donde la competencia es feroz, debemos apostar por un mercado abierto, transparente y justo, donde la innovación y el esfuerzo sean los principales motores del éxito.