
Por Camilo Guzmán, presidente de Agricultores Unidos A. G.
Llama la atención la tranquilidad con la que algunas organizaciones gremiales, como la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) y otros representantes del sector, han reaccionado ante el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
En sus declaraciones, insisten en que “no debería pasar nada” o que los efectos de la llegada del magnate y político serán mínimos. Me gustaría pensar que tienen razón, y que estas predicciones de calma reflejan una visión bien fundamentada. Sin embargo, la evidencia y los anuncios del propio Trump sugieren una realidad mucho más compleja y desafiante.
Este tipo de declaraciones, aunque bien intencionadas, parecen basarse más en deseos que en análisis serio y concreto. Trump ha sido claro en sus intenciones: su política de aranceles de entre el 10% y el 20% sobre las importaciones no es una promesa vacía, sino un plan que ya ha llevado adelante en el pasado, afectando sectores como el acero y el comercio con China. Este tipo de medidas proteccionistas podrían inspirar a otras economías a seguir el mismo camino, lo que pondría a países como el nuestro, con una economía altamente abierta, en una posición de vulnerabilidad extrema.
Si algo nos ha enseñado la experiencia pasada es que el triunfo de Trump en su primer mandato dejó un impacto real en los mercados y en los tratados de libre comercio. No se trata de voluntarismo o de desear que nada cambie; se trata de reconocer la realidad de que estamos en un contexto de proteccionismo creciente, donde cada país prioriza sus intereses y su gente, y Chile, con una actitud de apertura total y sin barreras, está en desventaja.
No podemos permitirnos actuar con ingenuidad en un escenario donde las grandes potencias han decidido cerrar filas en torno a sus industrias y empleos. Si Chile no implementa medidas de control de distorsiones en línea y sigue basando sus decisiones en suposiciones optimistas, nuestros productores y trabajadores pagarán el precio. Es tiempo de que los gremios y las autoridades dejemos de lado el voluntarismo y asumamos con realismo los desafíos que vienen, antes de que sea demasiado tarde para proteger nuestra industria, nuestros empleos y nuestro bienestar.